
Mi Originaria y Yo
Miryam Mora
-Gracias, gracias, gracias. Agradezco sus aplausos. Me alegra que hayan disfrutado de esta presentación de teatro mudo de sombras. Me imagino se preguntarán como hace un solo hombre para hacer al menos cuatro personajes a la vez sin utilería alguna más allá del escenario. Les diré que esto no sería posible sino fuera porque soy un hombre con tres sombras. Pero no quiero piensen en modo alguno que soy especial: como cualquier otro, nací con una única sombra; el médico me tomó en sus brazos y, sobre el piso, se dibujó una solitaria sombra tenue. Mi padre tampoco hizo distinción alguna entre mí y mis hermanos; crecimos, cada quien con su propia noche, su oscuridad, su sombra. Estimado público, les contaré a continuación la triste historia de un hombre común al que dos sombras más escogieron por amo. No espero su comprensión, pues sé les será imposible creer mi historia; pero sí les advierto que si una o dos sombras aparecen inesperadamente en su vida, por favor, no dejen pasar demasiado tiempo. Esta es mi historia y la clave de mi infortunado éxito-.
Un sol ardiente se difuminaba en el espacio. Sentado sobre una banca en el jardín municipal, observaba sus delgados rayos, cómo lo inundaban todo, los árboles, la gente, el pasto, la fuente, cómo se estrellaban contra las superficies, planas como la del pavimento, curvas como la de mis manos. Entre los rayos de sol, se dibujaban las sombras, la de las aves sobrevolando, la de los niños al jugar, la de su pelota, la de los arbustos, la mía. A esa hora, mi propia sombra –mi Originaria, como la llamaré a partir de ahora- era delgada, mas bien pequeña, incluso, parecía perderse en la gran sombra del árbol bajo el cual me protegía del sol.
La mañana seguía su curso. Las sombras en el parque se iban alargando. Pero esa mañana, a pesar de su transcurrir ordinario, tenía algo de particular: un aire denso, un extraño olor a carne cruda parecíase expandir por momentos, sin poder identificarse con exactitud su procedencia. Será efecto del inusual calor del día, pensé. Así que después de transcurridos unos minutos y, como el aire volvíase cada vez más caliente, decidí irme a casa.
Me levanté. Avancé unos pasos. Por la dirección que llevaba, mi Originaria se proyectaba justo hacia atrás de mí. Fue entonces cuando empecé a sentir que alguien me observaba también desde atrás. Me volví pero no había nadie. Seguí avanzando. Sin embargo, continuaba sintiendo una mirada intensa casi sobre mi espalda. Me volví por segunda ocasión; tampoco vislumbré a nadie. Aceleré el paso. Pero esa mirada parecía haberse incrustado en mí, me recorría desde la punta de los pies y ascendía por mi cuerpo hasta llegar a mi cabeza. Me volví por tercera ocasión con rapidez. Nadie. Apenas había avanzado unos cuantos pasos más cuando observé, a un lado mío, a un anciano que me miraba con expresión de extrañamiento, quizá algo aterrado. Noté en seguida no me observaba directamente a mí, parecía más bien fijarse en mis pies y, desde ellos, recorrer su vista sobre el suelo, hacia atrás. Extrañado bajé la mirada, como mirándome a mí mismo también hacia atrás. Fue entonces cuando descubrí lo que pasaba: de las plantas de mis pies se proyectaban tres sombras, sí, tres proyecciones grises de mi cuerpo saliendo desde mis plantas se deslizaban sobre las baldosas. Allí estaban sus miradas.
Reconozco no supe cómo actuar. Nervioso, pensé que al llegar a casa todo se aclararía y, que mi memoria se olvidaría de esa ilusión óptica. Atravesé el jardín tan rápido como pude. Algunas personas murmuraban extrañadas al verme andar, no les puse atención, preferí avanzar hasta mi casa, la que se encontraba a un costado de la plaza.
Crucé la puerta. Algo más tranquilo me dirigí al patio. Un patio amplio, privilegiado por recibir los rayos del sol por la mañana, los que iluminan las jardineras y las ventanas interiores. Ahora que lo menciono, recuerdo que cuando niño en este patio, mi padre y yo solíamos comer carne cruda de los corderos que justo allí criábamos y que mi padre solía matar a hachazos justo para disponer de la comida. Ja, ja, ja, me río por el rostro que han puesto, sí, a muchas personas les parecía excéntrico que comiéramos carne cruda de cordero cada anochecer alrededor de una fogata y que, luego de terminar, nos ocupáramos de limpiar la sangre que se había esparcido por sobre el piso, pero a ambos nos parecía muy cotidiano, a lo mejor por efecto de que el espíritu de los corderos pasaba a nuestros cuerpos, al menos, eso decía mi padre.
Perdón. Retomo la historia. Les comentaba que me coloqué justo en el centro del patio. Cerré los ojos y, luego de convencerme a mí mismo de que todo había sido una ilusión, los abrí y miré hacia el piso: un escalofrío me recorrió cuando noté que bajo mis pies seguían desprendiéndose tres sombras. Trémulos, mis ojos buscaron el origen de las otras dos nuevas sombras. Baste decir que fue inútil. No existía explicación alguna, fuente de luz alguna que les diera origen. No había ni siquiera luces artificiales. Palpitaba, seguramente a causa de ese aire denso, con olor a carne mezclada con polvo.
Sobra decir el terror que sentí. Una mueca de angustia torció mi boca y permanecí sin movimiento durante el resto del día. Sólo observando a mis tres sombras: mi Originaria y mis dos nuevas sombras, que parecían mucho más voraces, más dispuestas a extenderse sobre los mosaicos. Mis dos nuevas sombras iban y venían sin control sobre las paredes del patio: se acortaban, se besaban una a la otra, se alargaban, se torcían, danzaban. Hubo un momento, en que el baile les exigió dar giros amplios, tan amplios que hubieron de despegarse de mis pies y, pensé, era el momento de salir huyendo. Así que corrimos, sólo mi Originaria y Yo, atravesábamos el patio, esperando dejar atrás a tan extraordinarias criaturas. Esa fue la primera vez que intenté escapar. Pero esa, como las siguientes veces, no logré mi objetivo. Apenas estaba por entrar al edificio cuando una de las sombras nuevas me cerró el paso y, entonces, ocurrió lo que dejó heladas las puntas de mis cabellos: colocada frente a mí, una delgada pero clara sombra, de justo mi estatura y mi complexión, sonrió y, acercándose con lentitud, me besó en los labios. También aquí sobra decir que no pude hacer nada para evitarlo, la perplejidad lo explicaría todo. Sólo puedo decir que su beso era frío y quemante como sería besar una estrella a mitad de una noche en invierno y que, a partir de entonces, comencé a entender y a hablar la lengua de las sombras.
Para entonces, la luna ya callaba el ruido proveniente de la calle y el del latido de mi corazón que había estado creciendo a medida que sucedían los hechos que les he relatado. Luego de besarme, la sombra me dijo con voz aguda: Hola, De Barro. ¿Quieres ser mi amo? Decía esto mientras se movía coquetamente alrededor de mí y enroscaba su brazo en mi cuello, colocando su rostro (o el mío) muy cerca de mi cara. Su olor era como de sangre seca sobre tierra mojada y sonreía. Supongo que fue eso lo que me cautivó.
Sí, si hubiera sabido lo que me esperaba, quizá hubiera tenido mayor fuerza para resistirme. Pero entonces no lo sabía. Así fue que, al calor de su brazo alrededor de mi cuello -pues ella despedía un calor como de fuego suave-, me cautivé a mí mismo. Fue así, repito, que a partir de entonces anduvimos Yo, mi Originaria, Ojos –como le di por nombre a aquella sombra que me conquistó, esto porque sus ojos eran grandes y brillantes, de mirada intensa, a pesar de ser oscuros- y Ahorcada –como nombré a mi tercer sombra, pues hacía gestos de muerte por demás graciosos- en el mundo entero.
Digo esto porque de inmediato noté mi preeminencia frente a los demás. Abandoné mi trabajo para dedicarme por completo a disfrutar del mundo. La fantasía que había tenido desde siempre estaba por cumplirse: Yo, yendo de lugar en lugar, no permaneciendo en ninguno más allá de unos cuantos días, con mis tres sombras: Originaria, Ojos y Ahorcada, haciendo presentaciones de teatro mudo de sombras para niños, maravillándolos, dejando sus rostros sonrientes por las increíbles proyecciones que un solo sujeto como yo podía hacer para representar toda clase de historias.
Reconozco éramos felices. Esto, a pesar de que al terminar cada función, mi Originaria se ponía algo celosa. Me reclamaba ya no le ponía tanta atención como antes e, incluso, llegó a amenazar con abandonarme. Por supuesto, yo intentaba compensarla, digamos entendía su frustración, así, no perdía oportunidad para recordarle su hermosura y que pasara lo que fuera nunca dejaría se apartara de mí.
Pero el tiempo fue pasando y, a medida que lo hacía, Ojos y Ahorcada se fueron tornando raras; era como si una furia incontrolada se fuera posicionando de sus cuerpos y las fuera volviendo más viscosas. Sus voces, eran cada vez más álgidas. Incluso, su olor a sangre seca y tierra mojada se fue intensificando, así que fue necesario cada presentación llenar el escenario de flores, para que el auditorio no percibiera ese olor que, a veces, tornábase insoportable. Era eso, o presentar alguna obra en la que el olor a sangre seca y tierra mojada viniera al caso, por ejemplo, en La muerte de Pedro y el lobo. Pero aún así, mi Originaria y Yo tuvimos que dejar de hacer teatro para niños.
Es que Yo no pude hacer nada aquella vez que estábamos representando aquel cuento que nos gustaba tanto en el que el lobo persigue a los corderos y, entonces, Ahorcada repentinamente hizo un movimiento que le permitió escapar del escenario para alcanzar a los asistentes. Juro intenté detenerla, le ordené se calmara, pero aquella ocasión Ahorcada estaba incontrolable, se alargó tanto que llegó a cubrir el escenario entero y, tomando la forma de un animal feroz, comenzó a arremeter contra los niños llorando aterrados, mientras sus madres corrían a buscarlos para alejarlos de mí y mi Originaria. Yo no tuve la culpa de que Ahorcada eligiera al niño moreno sentado en la primera fila. ¡Cómo iba Yo a saberlo! Le ordené se calmara. Antes de que acechara el golpe, mi Originaria corrió hasta ella y aún se interpuso entre Ahorcada y ese niño pequeño. Fue en vano: el golpe traspasó a mi Originaria y alcanzó al niño que cayó sobre el suelo sangrando por la boca. Esa fue la última vez que hicimos teatro para niños. Tuvimos que huir de inmediato y de los otros pueblos que seguían también huimos, pues las nuevas sombras siguieron incontrolables, ya no se ocultaban como antes entre las sombras de los objetos más grandes, sino se divertían aterrorizando a cuantos encontraban a su paso.
Fue así que mi Originaria y Yo nos fuimos quedando solos. Lo peor fue para mi Originaria, pues había quedado lastimada por el golpe que la había traspasado y, a veces, se volvía blanquecina a la altura de mi corazón. Además, las dos nuevas sombras iban ganando espacio, era como si quisieran agrandarse cada vez más, de tal forma que ya quedaban pocos espacios disponibles para la proyección de mi Originaria. Yo la veía cada vez más demacrada, como más clarita, como si fuera a desvanecerse en cualquier instante.
Así, me armé de valor y hablé directamente con Ojos y Ahorcada; les exigí se despegaran de la punta de mis pies, pero ellas se burlaron de mí e, incluso, Ojos murmuró con su voz aguda que no podían abandonarme pues ellas eran tan legítimamente mías como mi Originaria y que, por consiguiente, no podrían vivir sin mí.
Mi Originaria y Yo lo intentamos todo. Incluso, quisimos entregarnos a las autoridades, pero fue inútil, porque mis dos nuevas sombras nos amenazaron que si nos entregábamos, se tragarían los barrotes de la cárcel y, una vez fuera, devorarían dos que tres oficiales. Así nos volvimos prófugos.
Yo procuro controlar a mis nuevas sombras para que no se acerquen demasiado a otras personas. Hemos suspendido también las presentaciones de teatro de sombra, pero a veces ellas se ponen demasiado exigentes y nos arrastran hasta el centro del pueblo para que hagamos una suerte de presentación, como la que hemos hecho justo hoy, pues mis nuevas sombras son excelentes actoras como podrán ustedes mismos haber comprobado y anhelan cautivar a su auditorio de tal forma que les sea imposible resistirse a ellas. Yo por eso, en cuanto termina la función, como ahora, cuento mi historia y solicito a los asistentes se retiren cuanto antes.
Apenas ayer intenté convencer a Ojos y Ahorcada para que se alejaran de mi Originaria y Yo; les prometí, si nos dejaban, les entregaría una casa abandonada, en la que podrían proyectarse por todas las paredes y, aún, divertirse al asustar a los transeúntes que pasaran por enfrente. También en esta ocasión fue inútil, pues dijeron prefieren su vida errante.
A veces sueño que Yo y mis tres sombras estamos de nuevo en aquel parque. En mis sueños, mi Originaria y Yo planeamos en secreto cómo huir de mis dos nuevas sombras. Entonces, cuando ellas están distraídas, mi Originaria y Yo corremos y corremos, cortamos el aire, flotamos libres como cuando éramos niños y comíamos corderos alrededor de un fuego suave, escuchamos nuestras risas que no estaban solas, y mientras corremos miramos al mundo de reojo, pero mis nuevas sombras están allí, siempre corriendo atrás de mí.
-¡Ey, esperen! ¿Se van ahora? Todavía no termino. No pasa nada. Supongo que están sintiendo que el aire se ha vuelto esponjoso. No se preocupen. Son Ojos y Ahorcada después de la función. Es señal de que están tranquilas. Tanta prisa, ¿eh? No se avienten. Fue una excelente función. Al parecer hoy será una noche calmada-.